Si todos los caminos llegan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?

A veces, pensamos demasiado y sentimos muy poco.

Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque, en cierto modo, perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás.

Y es que la vida son momentos, ¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana no lo sé. Y que quería decirte, que si alguna vez quieres algo, quieres algo de verdad, ve por ello y nada más, mirando el miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella...

Así que no sé qué será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo, que los amigos son la familia que elegimos y que yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado. Tus abrazos, así por que sí, sin venir a cuento, ni tener que celebrar algo.

Y es que en este tiempo me he dado cuenta que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas. Y que tú has hecho infinito mi límite, y así te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelearse contra un millón de tsunamis...

Así que no... no sé dónde estaremos mañana, no sé dónde estaremos dentro de diez años, ni cómo se sale de Roma, no te puedo asegurar nada. Pero te prometo, que pase lo que pase, estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida, por eso, mi luna va a estar siempre contigo, porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso, eso no lo voy a olvidar nunca.

jueves, 27 de agosto de 2015

Tener las maletas listas para irse cuando sientes que una mano te dice 'quédate', pero no, es el viento quien te empuja.

La niña sale de casa, se moja con la lluvia, baila, se ríe, y mira al cielo como tratando de contemplarlo porque siente que él también está triste. Y hace mucho que se siente muerto, igual que ella.

Luego mira sus cicatrices, las raíces cortadas a fuerza, su corazón empapado de agua de mar.

Se mira las muñecas, y una fría lágrima le recorre el rostro y cae encima de esa piel que tantas veces ha sido testigo de dolor, tristeza y desesperación, pero también de manos que le quitaron todas las corazas con una caricia.

La niña no está triste, es una niña triste. Busca a su madre que hace tiempo que se fue, y no encuentra ninguna salida que la abrace como ese último abrazo que todavía lleva en brazos. Aún siente escuchar una voz que le dice 'No te des por vencida'.

Pero ella está partida en dos: una mitad la lleva ella en hombros y la otra la llevan otros en el alma.

Las nubes están grises, se escucha un gran diluvio afuera y ella quiere que la tormenta le cale los huesos, que le reforme la vida, que le cambie de estadía y que todo su mundo no se resuma en un punto constante de vacíos, y más vacíos, y más huecos que otros dejaron cuando salieron de su vida de golpe, de portazo, pero los que más siente son esos que se fueron sin hacer ruido.

Mírala, era una chica feliz, que compartía sus rosas y sus violetas.

Ahora busca un abrazo en el que quedarse a vivir por el resto de sus días y no salir. Quedarse. Hacerse un hueco en los brazos ajenos y que no haya más frío, ni escarcha en los bordillos de sus ventanas. Ella lo único que quiere es sentirse protegida de todas sus inseguridades.

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