
Se tocó los labios deseando volver a sentir su aroma. Se acarició cada parte del cuerpo recordando cuando los labios de él eran su refugio. Se imaginó, una vez más, la última noche que pasaron juntos. Sintió un vacío en su interior. Las lágrimas ya habían acudido a sus ojos, aunque ella tratara de ocultarlo. No llores, pequeña. Una vez más, esa voz sonaba en su cabeza. Pequeña. Cuánto me gustaba cuando él pronunciaba esa palabra. Pequeña. Pero qué grande se sentía a su lado. Pequeña. Su pequeña. Pequeña, le decía. Y luego le acariciaba el rostro, dándole un beso fugaz que siempre se alargaba.
Pequeña, seguía escuchando en su cabeza. Y las lágrimas no paraban de descender. La sonrisa amarga trataba de ocultar la tristeza. Pero era imposible. Malditos recuerdos, pensó.
¿Por qué tuvo que alejarse? ¿Por qué todo terminó como si de una película se tratara? Aunque, a decir verdad, esto no tuvo un final feliz. Su rostro le delata. Cuántas veces había dormido a su lado y ahora, era la soledad quien le acompañaba. Qué ironía. Ahora la almohada era eso a lo que aferrarse. Ahora su cuerpo no estaba rodeado de sus brazos. Y sus labios pedían a gritos un poco más. Un segundo más a su lado. Sus labios querían sentirle. Querían volver a su lado. Al igual que ella. Que ahora no hace más que cerrar los ojos tratando de no pensar.
Daría lo que fuera por un abrazo suyo. Por ver su sonrisa cada mañana, al despertar.
Pero el ya no está. Él ha decidido no estar. Solo le queda el recuerdo de lo que fue la mejor de las historias.
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