Si todos los caminos llegan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?

A veces, pensamos demasiado y sentimos muy poco.

Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque, en cierto modo, perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás.

Y es que la vida son momentos, ¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana no lo sé. Y que quería decirte, que si alguna vez quieres algo, quieres algo de verdad, ve por ello y nada más, mirando el miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella...

Así que no sé qué será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo, que los amigos son la familia que elegimos y que yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado. Tus abrazos, así por que sí, sin venir a cuento, ni tener que celebrar algo.

Y es que en este tiempo me he dado cuenta que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas. Y que tú has hecho infinito mi límite, y así te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelearse contra un millón de tsunamis...

Así que no... no sé dónde estaremos mañana, no sé dónde estaremos dentro de diez años, ni cómo se sale de Roma, no te puedo asegurar nada. Pero te prometo, que pase lo que pase, estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida, por eso, mi luna va a estar siempre contigo, porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso, eso no lo voy a olvidar nunca.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Lo más difícil no es soltar, es deshacer la postura de las manos cuando ya no tienes de qué agarrarte.

A veces siento que no soy suficiente para alguien. Y me da miedo. Me da miedo la idea de que se aferre a mí mientras yo aún no sé donde estoy parada, ni en quién quiero echar mis raíces y dejarme crecer, crecer, crecer como un árbol en plena primavera. Sacar mis ramas, mis hojas verdes, y no dejarme llevar por el mismo tornado que acaba sacudiéndome desde los cimientos e intenta elevarme al cielo para después dejarme caer al desastre. Porque también hay personas que son tornado: que vienen, te elevan y luego te dejan caer, literalmente. Y tienes que andar con la mirada perdida en lo que dejaste en las manos de otro que no lo supo apreciar ni besar, ni mucho menos sentirlo suyo. Tornado, porque después de ellas, lo único que queda es destrucción continua, desastre y mucha calma entre estómagos  y corazones vacíos. Tornado, porque después de ellas, uno jamás vuelve a ser el que fue cuando tuvo, cara a cara, al asesino, pero también al posible y único sanador de tus heridas.

Hay que tener muchísimo más cuidado al momento de escoger el revólver, porque luego lo que se dispara son sus dientes mientras te sonríe. No sé si algún día nos atreveremos a quitarnos el exceso de maquillaje que llevan los sentimientos, porque es cansado en cierto punto tener que fingir que nada nos duele, que nada nos importa, que nada está pasando, que nada nos mata. Porque, irónicamente, lo que nos hace eternos, es la muerte. Y buscamos eternidades en estrellas que son fugaces.

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