Pero dime, como, en términos reales, iba a olvidarme de tu boca, si es lo que un día me salvó.
Y ahora mírame, estoy con las alas caídas y la mirada puesta en las estrellas.
A veces pienso que ellas también están cansadas de que tú no las veas. Y que, al final del día, son las que tengan que lidiar con el infierno que es, déjame recordarte, necesitarte y que tú no pienses en mí.
Soy un retazo de lo que un día fui y quemé a cuantos estuvieron ahí, por eso lo siento, no fue mi intención hacerte daño, convertirte en piedra ni que anocheciera en tristeza. Por eso lo siento, cariño. No quise ser tormenta, pero es que a ti siempre te gustaron los climas tropicales.
Pero, entonces, como se quiere a alguien sino abrazando sus partes rotas, aunque eso implique cortarse el cuerpo. Y yo tengo varias cicatrices que enseñarte.
Porque si algo sé hacer bien es quererte hasta que duela, hasta que cada parte que está en su lugar sienta que está perdida, hasta que los pétales tengan envidia de las espinas.
¿Sabes cuando el cielo está por partirse en dos en medio de un huracán? Así tú y yo, supongo que el nuestro fue a última escala.
Pero cálame los huesos, te supliqué mientras te ibas. Y a ti eso pareció no importarte tanto, puesto que me calaste con el último adiós, y no como soñaba. Pero qué ingenua fui al siquiera pensar que te quedarías y desempacarías tu ropa.
Yo ya te había ordenado las cosas por dentro para que habitaras, y no te incomodaran esos pequeños defectos que tanto te gustaban. Coge aire, esto va a tomar tiempo, el amanecer tarda en llegar para aquellos que quieren desaparecer entre tanto escombro.
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