Era una noche de septiembre cuando la abracé por primera vez y me dijo que ésa había sido la primera vez que sonreía en público, y me sentí el chico más afortunado de la ciudad. Verle con esa felicidad que solamente alguien que jamás supo sonreír en el pasado puede conseguir, verle con ese brillo en los ojos como si fuesen estrellas que están a punto de partir del firmamento. "Ojalá, algún día, me lleves a tocar ese infinito", me decía. Y la llevé a tocar el cielo de las ilusiones que tienen una base en concreto, es decir, que son sostenibles y duraderas. Pero nunca supe decirle o aclararle a su debido tiempo que mis cimientos eran demasiado débiles como para construir algo conmigo. Que siempre he sido un chico demasiado inestable y que mi vida la llevo con correa mientras la saco a pasear. Que, a lo mejor, la tristeza no dura tanto como para tener los ojos tan tristes hasta el anochecer, que hay que saber salir a tiempo de ciertos precipicios, que está bien tener vacíos que jamás nadie pueda sustituir. Y, entonces, ella ya había hecho en mí un enorme y aterrador vacío.
Quizás nunca supe hablarle bien sobre las promesas de cualquier arquitecto de vidas, porque jamás sentí esa necesidad de querer que alguien viniese a arreglar lo que duele, a sanar lo que sangra, ni a eternizar la risa. A lo mejor me gusta ser un chico triste, a lo mejor me gusta andar por la vida pensando en esos ojalá que se quedaron en el olvido, a lo mejor me gusta romperme llorando mientras escucho mi canción favorita, a lo mejor me gusta contar estrellas como si intentase recordar cuántas personas me han hecho daño mientras sonreía, a lo mejor soy más un chico de conclusiones y metáforas, a lo mejor es que me dueles tanto que pretendo hablarles a los demás de lo bonita que era la vida a tu lado, e intento guardarme para mí lo insignificantes que son los atardeceres desde que no los comparto contigo.
Si todos los caminos llegan a Roma, ¿cómo se sale de Roma?
A veces, pensamos demasiado y sentimos muy poco.
Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque, en cierto modo, perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás.
Y es que la vida son momentos, ¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana no lo sé. Y que quería decirte, que si alguna vez quieres algo, quieres algo de verdad, ve por ello y nada más, mirando el miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella...
Así que no sé qué será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo, que los amigos son la familia que elegimos y que yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado. Tus abrazos, así por que sí, sin venir a cuento, ni tener que celebrar algo.
Y es que en este tiempo me he dado cuenta que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas. Y que tú has hecho infinito mi límite, y así te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, por aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelearse contra un millón de tsunamis...
Así que no... no sé dónde estaremos mañana, no sé dónde estaremos dentro de diez años, ni cómo se sale de Roma, no te puedo asegurar nada. Pero te prometo, que pase lo que pase, estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida, por eso, mi luna va a estar siempre contigo, porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso, eso no lo voy a olvidar nunca.
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